D.H.L.A(TERCERA PARTE)
CORTE DE PELO
Del dinero que mi
mamá me había dado para las vacaciones, cinco pesos eran para ir al peluquero.
Se lo comenté a mi tío y me llevó donde nadie nos escuchara.
-Mire, Panchito –me
dijo-. ¿Para qué va a ir al peluquero a pagar tanto dinero? No, niño. Ahorita
que su tía se vaya al centro con los demás, yo mismo le cortó el pelo.-
-¿En serio, tío? –le
pregunte entusiasmado.
-En serio, sobrino
–me dijo-; usted confié en mí. Nomás no le diga nada a nadie.
Le dije a mi tía que
estaba cansado. Que prefería quedarme en la casa.
Ella me dejo
acostado, con una taza de té de manzanilla en el buró y galletas en un platito.
Cuando mi tío estuvo
seguro de que se habían ido, me llevo a su consultorio. Después de habernos
puesto de acuerdo sobre el costo de la operación, saco de su maletín unas
tijeras, un gorro y un cubrebocas, y los dejo a mano.
Me tomo de la
barbilla.
-Déjeme verlo, niño,
quiero escoger el corte que va con su personalidad. A ver…Perseo…
Alcimedonte…Ulises…el mismo Aquiles… ¡Ya sé!
Se puso el gorro y
el cubrebocas, coloco una toalla en mis hombros y empezó a tijeretear.
-Allá e el rancho
Grande, allá donde vivííííía…-me dijo que todos los peluqueros cantan.
Al terminar, me miro
satisfecho. -¡Listo! ¡Vaya a mirarse al espejo!
Salte de la silla y
fui corriendo al espejo del baño. Un poco cortó el copete, pero no estaba mal.
Una patilla más larga que la otra, pero pasaba. Mi tío se acercó con un espejo
de mano y lo acomodo detrás de mi cabeza para enseñarme el corte completo. Lo
que ahí se reflejó hizo que me doliera el estómago. ¿Qué significaba ese
círculo a rape? Mire a mi tío. Esperaba encontrar en su cara algún gesto de
burla pero no, en verdad parecía satisfecho de su obra.
-Al observarlo noté
su gran parecido con San Antonio –Él dijo-, ahora están igualitos, como dos
gotas de agua. ¡Qué bárbaro! ¡Las amigas de su tía le van a pedir la bendición!
En eso, escuché la
puerta. ¡Mis primos y mi tía habían regresado! Corrí a la recámara. Busque con
desesperación algún sombrero o algún gorrito o, de perdida, alguna pañoleta,
pero no halle nada. Entró mi tía.
-¿Cómo te sientes,
mi niño? –me abrazo con cariño-. Estaba muy preocupada por ti –me acaricio la
cabeza-. Te compre unos boxeadores de los que te gus… ¡Anastasio! –gritó-. ¿Qué
hiciste, Anastasio? ¡No puede ser!
Me cogió de la mano
y atravesamos el patio a toda carrera. – ¡Es no es justo, Anastasio! ¿Por qué
le hiciste esta maldad a Panchito? –su voz temblaba.
Mi tío levanto la
vista de unos papeles del escritorio, y dijo con extrañeza:
-¿A qué te refieres,
Chabelita? No sé de qué hablas.
-¡No te hagas el
inocente! ¡Me refiero a lo que le hiciste en el pelo! ¡Mira nada más cómo lo
dejaste! ¡Parece loco el inocente! -¿Loco? –sonrió sarcástico-. ¡No sabes lo
que dices! ¿Llamas loco a tu santo favorito?
-¿Santo? ¡No te
entiendo, Anastasio! –dijo mi tía con impaciencia.
-Panchito tiene el
honor de poseer el mismo corte de pelo que tu adorado San Antonio, preciosa –le
explicó-, además solo cobre la mitad de lo que cualquier peluquero le hubiera
cobrado.
No recuerdo si el
gorrito tejido que traje puesto durante todas esas vacaciones me lo compro mi
tía o me lo hizo ella misma, pero de lo que sí me acuerdo bien es de cómo
disfruté gastando mis dos cincuenta.
LOS REYES MAGOS
Todos mis primos
habían regresado a su casa para pasar el seis de enero con sus papás. Mi tía me
dijo que mi mamá había hablado diciendo que tenía algunos problemas y que no
iba a estar en la casa; que me quedara en San Miguel hasta nuevo aviso.
-¿Qué problemas
tiene mi mamá? –le pregunte a mi tía sintiendo tremenda angustia. Más que por
los supuestos problemas, por saber que no iba a venir por mí, y como yo no
pasaría el seis de enero en mi casa, probablemente los Reyes Magos no me
dejarían nada; pero más que por todo esto, por presentir que mi mamá no me
extrañaba como yo a ella.
-Son problemas de su
trabajo, mi niño –me dijo.
Como seguramente
notó en mi cara la angustia, agregó: - Pero no te preocupes, mi amor, verás qué
feliz vas a pasar aquí el día de Reyes y cuántas cosas te van a traer.
Esas palabras me
animaron y mi angustia cambió por la duda sobre qué pedirle a los Reyes Magos.
El día cinco me
levante muy temprano y entre al comedor. -¿Usted que les va a pedir a los
Reyes, tío? –le pregunté antes de saludarlo.
-¿A cuales Reyes?
–siguió desayunando indiferente.
No podía creer que
alguien pudiera permanecer ajeno a tan importante acontecimiento.
-¿Cómo que a cuáles?
¡A los Reyes Magos!
-¡Ah, a esos! –se
quedó pensativo y después hablo gravemente-: Pues, les voy a pedir, paz, amor,
esperanza, y, sobre todo, ahorro. ¡Que toda la gente aprenda a ahorrar!
Reflexioné en sus
peticiones.
-Tío, ninguna de
esas cosas las puede usted coger con la mano.}
Con ninguna puede
jugar ni divertirse…
-¡Ah!, habla usted
de cosas cosas, Panchito, ya veo que usted es un niño materialista al que solo
le interesan los objetos y no piensa en sus semejantes..
Como yo no entendía
bien el significado de materialista y del de semejantes no estaba muy seguro,
no di importancia a sus palabras.- Yo les voy a pedir una bicicleta y unos
patines –le dije con excitación.
-¿Dos cosas? … Ay,
Panchito, es usted muy ambicioso… Ese calificativo me sonó a insulto.
-Bueno, mejor nada
más mi bicicleta –rectifiqué.
-Para que se la
dejen en su casa ¿verdad? –me dijo como si fuera algo evidente.
Me pareció
increíble. Mi tío Tacho no estaba enterado del poder de los Reyes Magos.
-Ay tío, ¿Qué no
sabe que los Reyes Magos dejan los regalos a los niños en donde estén el seis
de enero, aunque no sea su casa? –Pues no, no lo sabía.
Emocionado por poder
enseñarle algo yo a él, me le paré enfrente. –Pues sí tío, fíjese: ellos nos
ven desde el cielo, adivinan nuestros pensamientos, leen las cartas de los
niños –recalcó.
Me llené de miedo.
Yo todavía no sabía escribir bien.
-Tío –dije al borde
del llanto-, en mi casa siempre me dejan lo que pido sin tener que hacer
ninguna carta…
-¡En su casa, niño,
en su casa! –me dijo con impaciencia-. Allá seguramente ya lo tienen
identificado como el niño que no deja carta ¿Pero aquí…?
El resto del día me
dedique a ensayar la carta para los Reyes.
Pensé en pedir solo
los patines porque era más fácil de escribir, pero no, me interesaba más la
bicicleta.
El seis, desperté en
la madrugada, fui a la sala, busqué en el árbol y detrás del nacimiento. No
había nada. Mire debajo de los sillones y de todos los muebles. Nada.
Seguramente los Reyes no habían entendido mi letra. Busqué mi carta. No estaba.
Imaginé a los Reyes
Magos leyendo, burlones, mis garabatos.
Me encendí de
vergüenza. Cuando iba a empezar a
llorar, noté que la puerta del patio estaba entreabierta.
Me asomé.
¡No lo podía creer!
¡Tres normes montículos de estiércol,
fresquecito, estaban junto a la fuente y al lado de estos mi bicicleta!
¡Y no paró ahí,
también estaban los patines!
Pegué carrera a la
recamara de mis tíos.
-¡Tíos, tíos! –los
moví con fuerza- ¡Despierten! ¡Vengan a ver lo que me dejaron los Reyes y lo
que hicieron el elefante, el caballo y el camello!
-¿Lo que hicieron?
–saltó mi tía de la cama y salió al patio
por delante de nosotros.
La cara de disgusto
que mi tía había puesto al ver el testimonio de que los Reyes Magos habían
estado allí con todo y animales, cambió cuando miró la mía de pura felicidad.
-¡Mira, tía! –le
enseñe, feliz, mi bicicleta.
-¡Ay qué preciosa!
–me dijo riendo.
-¡Si, tía! ¡Y
también me dejaron mis patines! Me estremecía de emoción.
-¿Sus patines?
–intervino mi tío-. ¡Se equivoca, Panchito!
-¡Los patines los
pedí yo!
-Aaaaaay –salió a
flote mi desilusión. Intento ponérselos.
-Se me olvidó
decirles en la carta de qué número calzo –me dijo-, a ver, pruébeselos usted.
¡Eran de mi medida!
-Se los presto, pero
me los cuida –me advirtió.
-¡Si, tío! –le
prometí feliz.
MI PAPÁ
Aprender a controlar
la bicicleta me dio menos trabajo que guardar el equilibrio en los patines, así
que jugaba con ellos como si fueran carritos.
El patín agarro
vuelo, entro por la puerta de la sala y se estrelló en la mesita repleta de
adornos y recuerdos, que mi tía llamaba mesita de curiosidades.
Rápidamente, antes
de que mis tíos se dieran cuenta, me puse a levantar lo que se había caído. Una
fotografía en un portarretratos plateado llamó mi atención: mi papá, mi mamá y
yo. Mi papá me tenía en brazos. Miré su cara morena, sus ojos negros y su pelo
chino. Yo era idéntico a mi papá.
Casi no lo
recordaba. De hecho, el único recuerdo que tenia de él era el de aquella noche,
en aquel salón lleno de flores, cuando mi mamá me cargó y me
asomó a aquella caja plateada:
-Despídete de tu
papá, Panchito.
Su voz sollozante
vuelve una y otra vez a mi mente, al igual que la cara de mi papá, tan seria y
tan pálida.
¿Por qué se había
muerto si no era viejito? ¿Por qué los jóvenes también se podían que morir?
-Papito…papito… gemí
en voz baja.
Mis lágrimas
empezaron a caer en el vidrio que cubría la foto. Una mano acarició mi cabeza.
Contuve el llanto y, avergonzado, me sequé los ojos.
-Cuando tenga ganas
de llorar, hágalo –era la voz de mi tío Tacho-. Y hágalo fuerte, sin pena. Es
la única forma de que la tristeza se licue y se nos salga del cuerpo. Porque la
tristeza es dura, Panchito, muy dura…
La tristeza fue
saliendo con el llanto. Al sentir que un pedazo se atoraba, lloré aún más
fuerte y aquella se desprendió.
-Tío, ¿por qué se
mueren los papás? –le pregunte entre sollozos.
Se sentó en un
sillón y me abrazó. Yo volví a preguntar: -¿Por qué hay niños que tienen papá,
como mis primos, y niños que no tienen, como yo?
Me sentó en sus
piernas. Secó mis ojos y sonó mi nariz con su pañuelo.
-¿Por qué todos en
mi salón tienen papá menos yo? –insistí. Con el mismo pañuelo se secó los ojos
y se sonó.
-Así es la vida,
Panchito –me dijo-; algunos niños tienen papá, como sus primos y sus
compañeros, y otros, tienen un tío que los quiere mucho, como si fuera su papá.
-¿Un tío?-le pregunté
intrigado.
-Sí, un tío –afirmó.
-¿Cuál tío tengo que
me quiera así? –pasaron por mi mente mi tío Juan, mi tío Rómulo, mi tío Rubén…
-Lo está usted
viendo en estos momentos –dijo con seriedad.
-¿Usted? –la
sorpresa me hizo retroceder.
-Sí, yo –afirmó y me
volvió a abrazar.
Un poco sofocado por
la forma en que me apretaba, le dije: -A veces no se nota muy bien cuando lo
quieren a uno, ¿verdad, tío?
-A veces no,
Panchito –admitió-, pero usted nunca dude de que yo lo quiero como si fuera su
padre.
Me abrazo aún más
fuerte y mi tristeza desapareció.
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