D.H.L.A (PRIMERA PARTE)
DESPUÉS DEL ENTIERRO
Mis pasos retumban
en el corredor. Las casas vacías exageran los sonidos. Y más todavía las que
extrañan a sus dueños. Las que están tristes. Las que están de luto. Me
detengo. El silencio es tanto que se puede escuchar. La casa parece más grande.
Enorme. ¿Será que la tristeza nos hace empequeñecer?... Tengo miedo. Necesito
un abrazo de mis tíos. Su consuelo. Su compañía. Su amor. Me siento como aquel
niño indefenso y atolondrado que llegó aquí de vacaciones hace dieciocho años,
sin siquiera sospechar que esta ciudad se convertiría en su ciudad, esta casa
en su casa, y estos tíos abuelos en sus padres.
LAS
VACACIONES
El tren comenzó a
frenar…Habíamos llegado a San Miguel. Mi estómago se hizo nudo y las palmas de
mis manos se empaparon. Recordé a mi mamá despidiéndome en el pueblo: “Te
portas bien Panchito…Te lavas las manos antes de comer y no te olvides de los
dientes…Sé bueno con mi tía Chabela y, sobre todo, obedeces a mi tío Tacho…”
¡El tío Tacho de mi mamá!... ¡Mi tío Tacho! Mi estómago se amarro en nudo
ciego. Con toda seguridad, él nos iría a recibir.
Miré por la
ventanilla. Ahí estaba: altísimo, el pelo
demasiado cortó, casi a rape, y su eterna bata blanca. Miraba el tren
con ansiedad, como con ganas de vernos, de que bajáramos ya. En cuanto
aparecimos por la puerta del vagón, su
mirada se volvió
indiferente y hasta algo burlona. Al verme a mí, se transformó en la de un halcón que ha
descubierto a su presa. Me puse detrás de mi prima Peque. Con su falda me sequé
el sudor de las manos y también unas gotas que escurrían por mis patillas. Ella
me jalo cariñosamente del brazo y me dijo:
-Saluda, Panchito.
Me arme de valor:
-¿C-c-cómo l-l-le va, t-t-tío?
A todos los chicos
nos saludó con fuertes jalones de pelo, y a la Peque, a la Nena y a Lola, que
ya eran grandes, con ligeros apretones en los cachetes. Caminamos hacia el
coche, donde nos estaba esperando Lino Pirnos, su chofer.
Lino Pirnos se llamaba en realidad Noé López. Su
cambio de nombre se debió a que cuando mi tío fue Presidente Municipal de San
Miguel, Noé lo acompañaba a todos los actos políticos, y como al final de éstos
ponían el disco del Himno Nacional, en cuanto Noé se sentía cansado o aburrido,
se le acercaba a mi tío y en secreto le pedía que ya se tocara el Himno para
que pudieran irse, pero, con su muy particular forma de hablar, le decía:
-Dotor, ¿ya tocamos l´ino p´irnos? y Lino Pirnos se le quedó.
Un tiempo después me entere de que mi tío no sabía
manejar.
Sorprendido por este descubrimiento, le pregunté: -
Tío, ¿por qué no aprende?
Él respondió enojado:
-¿y Lino en que trabajaría? ¿Cree que yo mismo le iba
arrebatar la chamba?... ¡Qué mal me conoce, Panchito!
Llegando al coche, saludamos a Lino y tratamos de
ganarnos el lugar unos a otros.
Mi tío, con voz enérgica, nos indicó:
-No cabemos todos de una vez. Haremos dos viajes.
-Que se vayan
primero los chiquitos, ¿no le parece, tío?
-dijo la Peque.
-¿Por qué los chiquitos? – respondió enojado-. No,
Peque, es pésimo sobreproteger a la gente. Lo dejaremos a la suerte…
¡Lino, présteme una moneda!
Mi tío Tacho se hablaba de ´´usted´´ con todo el mundo, sólo se tuteaba con mi tía
Chabela.
Voló el cobre: ´´¡Águila!”…´´¡ Sol!”…
A las tres grandes les toco irse en la primera tanda.
La Peque le propuso quedarse con nosotros, pero él respondió con un no rotundo;
entonces le sugirió que él mismo lo
hiciera pero ni siquiera le contestó, solamente le echó una de sus duras
miradas y ella se subió al coche muy seriecita.
Mi tío se asomó por la ventanilla y gritó:
-¡Adiós, niños! Se cuidan ¿eh? Si se les acerca un
robachicos pelean con uñas y dientes. ¡Pobre del que se deje robar! y el coche
arrancó.
Nos abrazamos a
Chucho, que era el mayor del grupo (tenía doce años).
Estábamos muy
asustados. Toda la gente que había en la estación tenía cara de robachicos.
Caty me tenía el
brazo marcado por los pelliscos. Pellizcaba siempre que estaba nerviosa (muy
seguido, por cierto). Lucha se rascaba salvajemente, tenía surcos por todos
lados. Los dientes de Martha sonaban como castañuelas. Los ojos de Agustín
parecían salirse de sus orbitas. Lupita, siempre tan seriecita, hablaba con voz
estridente y reía a carcajadas.
Chucho nos
tranquilizaba diciéndonos que no perdiéramos las esperanzas, que confiáramos en
nuestro tío:
´´Seguramente antes
de que anochezca volverá por nosotros.´´ Eran las dos de la tarde.
Mis primos seguían
con sus tics nerviosos y yo me estaba haciendo pipí.
De pronto, el coche
de mi tío apareció junto a nosotros. Se bajó y nos dijo:
-¡Suban, niños!
Al ver que no
cabíamos todos atrás, agrego: -¡Panchito y Caty se vienen con Lino y conmigo.
Caty se puso feliz
pues no tendría que dejar mi pellizcado brazo. Yo, disimuladamente, me cambie
de lugar para que, al menos, siguiera con el otro.
Ya en el coche, le
dije a mi tío en voz baja: -Tío, quiero hacer pipí.
-Muy bien,
Panchito-me contestó-, no hay problema, ¡Hágase en los pantalones!
-¿Cómo, tío?- le
pregunté asombrado.
-Mire, niño-me
explicó-, si su necesidad es de tal magnitud que no pueda dominarla,
¡adelante!, ¡desahóguese!, nada mas no me vaya a apuntar a mí.
-Ni a mí tampoco!
–grito Caty subiéndose casi a las piernas de Lino.
-Ahora –continuó mi
tío Tacho-, si tiene usted control sobre su cuerpo, en unos minutos más
estaremos en la casa y podrá satisfacer su necesidad fisiológica con toda
corrección y comodidad.
Yo cruce fuertemente
las piernas y descubrí, con agradable sorpresa, mi capacidad para dominar
necesidades fisiológicas; práctica muy útil en la vida.
EL CUARTO DE CAMILA
Esta casa es muy
antigua; tiene paredes de adobe, muy anchas, de las que guardan los ruidos y
los sueltan cuando menos te lo esperas: ´´En los techos guarda las voces de la
gente –decía mi tío Tacho- y en las losetas del patio, las de la madre
naturaleza.´´ Tiene también una fuente de cantera y arcos en los corredores.
Antes tenía un perico, que era como parte misma de la construcción, y la
adoración de mi tía Chabela. Se llamaba Rorro. En cuanto llegábamos a San
Miguel, el Rorro se ponía a gritar: ¡mis niñoooos!, ¡mis amoreeees!, imitando,
según él, la voz de su dueña. Era un perico libre; la enorme jaula blanca no
tenía puerta y entraba y salía a voluntad, al igual que a todas las
habitaciones de la casa. Lo mismo lo encontrabas acurrucado en un sillón de la
sala que en la tina del baño. Tía y perico cantaban a dúo: (ella): Corazón
santo;(él): Tú reinaras; (ella): Tú nuestro encanto;(él): Siempre seraaaás…
También cantaba, en la modalidad de solista el Himno Nacional, Adiós mamá
Carlota, y rezaba La Magnífica. Mi tío Tacho decía que si hubiera un concurso
de animales pesados el sacaría seguramente el primer lugar. Mi tía Chabela
hacia como que no lo oia, ella adoraba a su perico y lo consentía muchísimo,
igual que a nosotros. Por lo único que se enojaba, con el y con nosotros, era
porque maltratáramos sus plantas:
-¡Rorro, no deshojes
los helechos!... ¡Niño, no cortes los duraznos verdes!
Un día, mi tío Tacho
me dio una espada de plástico: -Ándele, Panchito, juegue ahí, diviértase un
poco.
Yo comencé a luchar
tímidamente contra los enemigos imaginarios…Poco a poco el acaloramiento de la
batalla aumentó: una cabeza salió volando, después un brazo, luego el otro…
-¡Panchito! ¿Qué
estás haciendo?
¡Era mi tía Chabela!
-¡Mira nada más,
niño! ¿Por qué destruyes mis plantas?
Las cabezas y los
brazos se transformaron en helechos rotos y flores destrozadas. Le iba a decir
que mi tío me había dado la espada, que él me había dicho que jugara ahí, pero
el gesto de su cara me hizo enmudecer. Nunca antes se había enojado conmigo. Me
dieron ganas de llorar.
-¡Perdóname, tía! –
fue lo único que dije.
-No, Panchito, esto
no lo podemos pasar por alto. Lo siento mucho, niño, pero te vas a quedar en el
cuarto de Camila hasta la hora de la merienda – me sentenció.
¡El cuarto de
Camila! ¡Era lo peor que le podía pasar a cualquiera! Ese cuarto nos daba
miedo. Está en el fondo de la huerta. Del techo de pronto sale un sonido
agudísimo, parecido a una sostenida nota musical. Mi tio Tacho nos decía que
era la voz de Camila; una soprano italiana que, según él, vivió aquí, en la
casa hace más de un siglo y que, decepcionada por una pena de amor, se encerró
a piedra y lodo en ese cuarto sin comer, sin beber, sin dormir, sólo cantando
de día y de noche: ´´Cuore, cuore íngratooo…´´, hasta que se consumió. Decía que nunca encontraron el cadáver, que
solo hallaron el vestido, las joyas y la peineta, que, seguramente, sus cenizas
habían volado y se habían alojado en las ranuras de los tabiques del techo,
desde donde, tristemente, seguía entonando su canción desgarradora.
-y así seguirá por
los siglos de los siglos–nos decía en tono solemne. A nosotros se nos enchinaba
el cuerpo.
Cuando mi tía no
estaba, él nos llevaba hasta ahí y, haciendo voz de tenor, se ponía a gritar:
´´Camila, saaaálganos!´´
Nosotros nos
horrorizábamos pero no decíamos nada. Era una prueba de valentía.
Con miedo y todo, me
dirigí hacia allá. Sabía que merecía el castigo.
Entre muy temeroso,
escuchando pasos detrás de mí. Cerré la puerta. Sentí que alguien la jalaba por
fuera. Temblando como gelatina, logre dar unos pasos y me senté en un rincón.
Con todas mis fuerzas cante para mis adentros: ´´ ¡Camila, no me vaya a
saliiiiir!´´
La puerta se comenzó
a abrir…rechinaba horriblemente. Me enconché para protegerme. Se seguía
abriendo… ¡Una cabeza asomó! Cerré los ojos esperando lo peor. Escuche una voz
que, en medio de mi terror, sonó como de ultratumba:
-¿Qué le paso,
Panchito?
Era mi tío Tacho. Me
miraba entre compasivo y burlón. Me dio mucho coraje. Decidí no hablarle. -¿No me contesta? –me preguntó.
Seguí callado.
-¿Está enojado
conmigo, niño? –se me acerco y se sentó frente a mí.
-Si tío- respondí al
fin-. Por su culpa mi tía me castigó.
-¿Por mi culpa? –se
sorprendió- ¿Es culpa mía que usted haya jugado en un lugar que sabía
prohibido?
-Pero usted me dijo
que.
-Pero usted me dijo que- me interrumpió haciendo una voz
chillona, dando a entender que era la mía, luego, ya con su voz, continuó-:
sabe bien que las plantas no son mías, sino de su tía. ¿Cómo acepta que alguien
le asegure que puede disponer de lo ajeno? Si le hubiera ofrecido mi
instrumental médico para que jugara, entonces la responsabilidad seria mía,
pero si usted acepto jugar con las plantas de su tía solo porque yo se lo
sugerí, el responsable es usted y nadie más. Además, ¿Cómo se le ocurre
destrozar en una casa donde usted está solamente de visita?
Al ver mi compungida
cara, de la bolsa de su bata extrajo una concha de pan y me la ofreció. Noté
mordiscos en la capa azucarada y me explicó:
-Es pan labrado,
Panchito, y, como yo mismo lo labré, es pan sagrado.
Yo acepté la concha
sagrada, pues el miedo me había dejado un vacío en el estómago.
-Cómasela rápido –
me dijo-, no se la vayan a arrebatar.
-¿Cómo tío?-
pregunté sintiendo escalofríos.
Con una voz ronca,
muy lenta, como un eco del más allá, me dijo:
-Recuerde que Camila
murió de hambre…Me metí a la boca la concha entera.
Como me estaba
ahogando, él me acostó en sus piernas boca abajo, me golpeó en la espalda
repetida y fuertemente, y me informó:
-Por ser usted mi
sobrino- este tratamiento médico de desatragantamiento sólo le costara el
módico precio de la mitad de lo que traiga usted en el bolsillo.
¡¡ESPERA LA
SIGUIENTE PUBLICACIÓN!!
SALUDOS…
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