D.H.L.A (CUARTA PARTE)
MI NUEVA CASA: SAN
MIGUEL
Mis tíos me
inscribieron en una escuela en donde la directora era amiga de mi tía Chabela,
para que pudiera continuar el año escolar que había empezado en el pueblo (era
primero de primaria). Me compraron uniformes, ropa y juguetes y cambiaron la decoración del
cuarto de visitas.
-¿Te gustan las
colchas, Panchito? –me pregunto mi tía en cuanto termino de cubrir las dos
camas individuales con una tela suave y esponjosa, estampada con bicicletas
rojas y amarillas. -¡Están padrísimas! –le dije y me eché un clavado en una
cama.
De pronto, un
extraño sentimiento me invadió. Como cuando estás apunto de destapar una caja y
no sabes lo que contiene.
-¿Ya me voy a quedar
a vivir aquí? –escuché mi voz extraña, como si hubiera salido desde el fondo de
mi cuerpo.
Mi tía se sentó
junto a mí y me cogió de la mano.
-¿No te gusta estar
con nosotros, mi amor? –noté cierta angustia en su voz.
Reflexioné un
momento y luego le respondí: -Sí, sí me gusta…Pero extraño a mi mamá.
Ella me miro muy raro.
Su mirada encerraba ternura mezclada con tristeza y lástima. Me jaló del brazo,
me sentó en sus piernas y me abrazó. Yo trate de adivinar en el fondo de sus
ojos qué era lo que pasaba. Pensé que algo me ocultaba. Un gran miedo me
asaltó.
-¿Le pasó algo a mi
mamá? –el recuerdo de aquel salón lleno de flores, la caja plateada y la cara
seria de mi papá pasó por mi mente a toda velocidad. Sentí en el pecho una
opresión que me asfixiaba.
-Claro que no, mi
amor –me respondió de inmediato-. ¿Por qué piensas eso?
-Pues como no vino
por mí después de las vacaciones, como había prometido, y casi no me ha
hablado…
-No pienses cosas,
mi vida –me dijo acunándome en sus brazos-. Tu mami está muy bien sólo que muy
ocupada. Eso es todo…
Hacia dos meses que
había llegado a San Miguel y solo había recibido tres llamadas de mi mamá. La
primera, sólo me saludos de prisa y me dijo que le pasara a mi tía. Con ella
estuvo hablando un buen rato y luego le pidió que le pasara a mi tío, con quien
habló otro tanto. Las dos siguientes se portó conmigo muy cariñosa, aunque
platicamos muy poco porque estaba ronca; tanto que parecía ser mi tío Tacho
quien estaba al otro lado del teléfono y no ella.
ANÉCDOTA DE SOBREMESA
Para las vacaciones
de Semana Santa, todos mis primos vinieron
San Miguel. Ayude a mi tía a preparar las recámaras y la acompañé al
mercado a comprar los ingredientes para las comidas favoritas de cada uno.
La hora de la comida
era toda una ceremonia. Debíamos estar puntuales, limpios, peinados, con las
uñas implacables, para pasar la aduana, decía mi tío.
Nos sentábamos en el
lugar que él nos indicaba. Solo podíamos hacer comentarios sobre temas
agradables, hablando de uno por uno, sin arrebatarnos la palabra. Mi tío, era
buen dibujante. Cada día escogía a uno de nosotros como modelo. El elegido
tenía que permanecer prácticamente inmóvil hasta que mi tío hubiera terminado
de estampar su imagen en el mantel. Todos los días mi tía le decía que no lo
hiciera ahí y le acercaba una hoja de papel; él le daba las gracias, la hacía a
un lado y seguía dibujando en la tela.
Si algún platillo no
nos gustaba, no nos obligaba a terminarlo, aunque si a probarlo, y si él no
quería comer algo, mi tía le decía que se lo habían mandado de la hacienda del
Blanquillo, donde él había nacido, entonces, se lo comía con gusto y lo
elogiaba con exageración.
Siempre hacíamos
sobremesa.
A veces, mi tío nos platicaba emocionantes
anécdotas de la Médico Militar, donde él había estudiado la carrera. Lo que ese
día nos contó me dejó impresionado:
-Me habían arrestado
por llegar tarde a clases. Un arresto era cosa seria. Todo un fin de semana sin
salir de la habitación. A puro estudiar. Yo necesitaba asistir a una importante
cita, y no era de amor –agregó rápidamente mirando a mi tia-, era de negocios. No
iba a ser fácil salir, ya que la puerta del edificio donde estaban los
dormitorios se encontraba rigurosamente vigilada; el único recurso que quedaba
era la ventana, pero mi habitación estaba en el tercer piso. ¿Cómo poder salir?
Caminaba de un lado otro del cuarto como león enjaulado. En esas estaba, cuando
recordé mis clases de yoga. ¡Claro! ¡Concentración y fuerza de voluntad es todo lo que necesitaba! Decidí
lanzarme.
Abrimos mucho los
ojos. –Satisfecho, continuó:
-Me puse mi uniforme
recién planchado, me rasuré meticulosamente, perfumé mi pañuelo y me coloqué el
kepí. Era sólo una cita de negocios –volvió a mirar a mi tía-, pero ya ven que
en el mundo de las finanzas como te ven te tratan. Con forme con mi apariencia,
me subí a la ventana, y salté.
Abrimos la boca y su
satisfacción pareció aumentar.
-En el trayecto, me
concentré en que mi peso era mínimo –continuó-, me imaginé a mí mismo como una
ligerita pompa de jabón, como un papelito al aire, y, ¿qué creen?, la velocidad
de la caída disminuyó… me sentí flotar como si fuera una pluma y caí al suelo
con increíble suavidad. El kepí ni siquiera se movió de su lugar. Atravesé el
patio con elegante paso marcial, agradeciendo las ventajas de la
concentración.}
Abrimos más la boca;
bueno, los chicos, porque la Nena, Lola, y la Peque, desde antes de que
terminara el relato, se habían levantado a ayudar a mi tía.
Toda la tarde, y
toda la noche, me quede pensando en lo que nos había platicado. Me imagine a mí
mismo flotando como una ligerita pompa de jabón, como un papelito al aire, y
pensé que al fin podría realizar el sueño de toda mi vida: ¡volar!
Apenas amaneció, me
subí a la azotea. Después de haberme concentrado en que era una pluma, salté.
Caí ruidosamente sobre una maceta. Me golpeé tan fuerte que creí haberme roto
todos los huesos. Mi tía salió al escuchar el ruido. Me miró con angustia y
corrió hacia mí.
-¡Mi niño! ¿Qué te
pasó, mi amor?
Estaba
verdaderamente asustada. Haciendo un esfuerzo, me cargo.
-No pude convertirme
en pluma, tia –le dije pujando de dolor.
-¡Anastasio, ven en
seguida! ¡Corre! –grito con todas sus ganas.
Llego mi tío
diciendo que bajara la voz, que iba a despertar a los niños, y ella me depositó
en sus brazos. Haciendo caso omiso a la recomendación de no gritar, le dijo:
-¿Ya ves, Anastasio,
lo que provocas con tus aventuras inventadas?
-¿Mis aventuras? –se
hizo el sorprendido.
-¡Este niño se
aventó de la azotea!
Alcance a notar la
cara de preocupación de mi tío. En el consultorio me reviso meticulosamente.
-No tiene nada, Chabelita
–le dijo tranquilamente-. Los niños están hechos para rebotar y para que su
cabeza suene como calabaza cuando se estrella en el piso.
-¡Ay, Anastasio!
¡Cómo te gusta decir de impertinencias! Mi pobre niño casi se mata por haber
creído tus historias, y tú todavía…
Mi tío interrumpió:
-Mira, Chabelita,
aunque parezca cruel, este niño acaba de recibir una importante lección. Ya no
será tan crédulo. Te aseguro que de aquí en adelante, analizará las cosas con
mayor detenimiento antes de actuar. No te preocupes, preciosa, no le pasó nada.
Lo voy a llevar a su recámara.
Me tomó en brazos y
en camino me dijo:
-¿Sabe qué,
Panchito? Yo creo que no se concentró bien.
Me quedé con la
duda, pero, afortunadamente, las veces que intenté salir de ella, mi tía Chabela
me lo impidió.
LA PELÍCULA
La invitación de mi
tío nos cayó de sorpresa.
-Se alistan a buena
hora, niños, no quiero que lleguemos tarde a la función –nos dijo.
-Sí, tío –le dijimos
con recelo.
Cuando mi tía
Chabela le preguntó si nos iba a llevar a todos, él le respondió con toda
naturalidad que claro que sí, y que si quería también nos llevábamos al Rorro.
El perico oyó eso y voló a los brazos de mi tía.
-¿Al Rorro? ¡Cómo
crees! –respondió ella, abrazándolo protectora.
Mi tío mostró alivio
y el perico más.
La Peque le advirtió
que no íbamos a caber todos en el coche. –No importa, haremos dos viajes
–admitió, conforme.
-Pero nos vamos
primero las grandes ¿no le parece, tío? -Insistió la Peque recordando el
incidente de las vacaciones pasadas en la estación del tren.
-Se hará como
ustedes quieran –la sumisión de mi tío era tanta que nos confundió.
Martha le pregunto
que si teníamos que llevar nuestros ahorros. –No, niña, no tienen que llevarlos.
-Para los dulces sí,
¿verdad? –le pregunto Caty.
La vio con enojo.
-No tienen que
llevar nada, niña, yo invito.
-¿Tú? –preguntó
incrédula mi tía.
-Si Chabelita, yo.
¿Qué tiene de particular?
-¿Te sientes bien?
–le tocó la frente.
-Me siento
perfectamente –sonriendo, lleno de bondad, le hizo un cariño-. Bueno, niños,
regreso por ustedes en una hora nos dijo, y salió, dejándonos muy sorprendidos.
-Tía, ¿no crees que
sea una broma? –dijo la Peque.
-Pues, mira, Peque,
yo estoy tan asombrada como ustedes.
Llévate este
billetito bien guardado, por si las dudas.
Exactamente a la
hora, ni un minuto más ni un minuto menos, mi tío llego por nosotros.
En la entrada del
cine había unos carteles con las fotos de unos niños muy contentos nadando en
una laguna, el título era: El paraíso encontrado.
-Lino va a entrar
con nosotros –nos dijo mi tío.
Lo miramos con
desconfianza. ¿Sería mi tío capaz de pagar tantos boletos?
Los pagó.
Nuestro asombro fue
mayor aún en la dulcería, cuando mi tío nos dijo de excelente buen humor:
-Pidan lo que
quieran, chiquitines, y usted, Lino, también.
-No, dotor, gracias,
yo no quiero nada –respondió Lino, receloso.
-¿Cómo que no?
¡Ande! ¡Pida algo! –insistió mi tío empezándose a mostrar impaciente.
Lino y nosotros
pedimos cualquier cosita.
-¡No, no, no! Pidan
bien –dijo con franca impaciencia-. A ver, señorita –su voz se dulcificó-,
tráiganos palomitas, refrescos, y unas
bolsas de esos chocolatitos, para todos.
¡Hubiéramos besado a
nuestro tío!
Felices de la vida,
golosinas en mano, nos dispusimos a disfrutar de la función.
Se apagó la luz. Una
música muy rara se escucho. Apareció una espantosa cara, mitad animal y mitad
gente, que lleno la pantalla. De su hocico, babeante y colmilludo, salió un
espeluznante alarido. Caty, Agustín, y yo, nos caímos de la butaca. Lucha y
Lupita se abrazarón y empezaron a gritar como sirenas. La Nena y Lola pegaron
un salto y cayeron en las piernas de Lino. Las palomitas de la Peque quedaron
regadas por el piso. Mi tío dio un grito peor que el del espanto de la
pantalla, se cogió de la cabeza del señor que tenía enfrente y se quedó con
algo en la mano. Cuando se repuso, levantó el artefacto para verlo contra la
luz de la pantalla; luego, sacó su peinecito de carey, le dio una peinadita, y
lo volvió a acomodar en la liza cabeza del pobre hombre que se había quedado
petrificado del susto.
Nunca supimos cómo
fue que mi tío se enteró de que en el cine iban a estrenar la película
´´Asustemos a Jeroboán hasta morir´´ cuando no les había dado tiempo de cambiar
los carteles.
A la mitad de la
horrible película, todos nos queríamos salir. -¡No sean cobardes! –nos regañó y
nos obligó a verla completa. Platicamos a mi tía lo que había sucedido. No
podía creerlo. Al día siguiente, llevo a la iglesia a bendecir un garrafón de agua y cuando mi tío pedía un
vaso, de esa le daba.
¡¡¡¡¡¡HASTA LA PRÓXIMA PUBLICACIÓN!!!!!
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